La calidad del suelo, su definición, evolución y el establecimiento de indicadores
de utilidad para conocer su estado y su evolución han sido objeto de múltiples estudios e
investigaciones desde finales de los años 80 del siglo pasado y sobre todo desde
principios de los 90 (Powers & Meyer, 1989; Larson & Pierce, 1991; Parr et al., 1992;
Pierce & Larson, 1993; Doran & Parkin, 1994; Nacional Research Council, 1993; SSSA,
1995; Sims et al., 1997; Bouma, 1997; Blum, 1990, 2000; Añó et al., 1997, 1998; Doran et
al., 1996; Karlen et al., 1997; Recatalá & Sánchez, 1993; Recatalá et al., 2000). Las
diversas definiciones planteadas señalan en su mayoría la calidad del suelo como la
capacidad para funcionar de manera efectiva tanto en el presente como en el futuro.
El suelo por ser un recurso natural no renovable o muy difícil o costoso de
renovar, debe ser utilizado sin llegar a superar su capacidad de aceptación de los
distintos usos previstos: agrícolas, paisajísticos y otros que podemos encontrar en este
artículo. Cuando se rompe el equilibrio entre el suelo y los factores ambientales que
intervienen en su formación, la evolución del mismo se modifica y se desarrollan una
serie de procesos que tienden a la disminución de su calidad, lo cual se traducirá en una
degradación del mismo.
El continuo y persistente deterioro del medio natural producido por actuaciones del
hombre sobre los ecosistemas áridos y semiáridos de la España mediterránea, sobre
todo en las tierras del sureste, ha ocasionado una fuerte regresión de la vegetación
natural hacia formaciones degradadas y muy abiertas, alejadas del óptimo biológico y que
no protegen al suelo de la intensa erosión hídrica. Cuando la pérdida del suelo es
superior a la capacidad de los procesos que lo originan, como ocurre en las zonas
mediterráneas con fuerte tendencia a la aridez, se produce una disminución progresiva
del potencial biológico y en consecuencia de su fertilidad, que conduce a situaciones
críticas y finalmente a la desertificación (López Bermúdez, 1993). Éste fenómeno es el
que se estudia en la cabecera del Río Chícamo, una zona sometida a fuertes presiones
antrópicas desde hace décadas, destacando la extracción de material geológico rico en
arcilla que ha favorecido los ya acentuados procesos de erosión que se daban en ella y la
fuerte presión agrícola experimentada en esta zona desde hace cientos de años, que ha
propiciado la aparición y desarrollo de los distintos procesos de degradación, por lo que
resulta de interés conocer el estado actual de los suelos de esta zona, sus características
y componentes.
En este trabajo se establecen los distintos niveles de calidad del suelo obtenidos para un
área de la cabecera del Río Chícamo mediante un indicador propuesto por el autor en
base al análisis de las propiedades edáficas que se han considerado de interés de
acuerdo a las características de la zona de estudio y los objetivos marcados. Estas
propiedades han sido seleccionadas mediante un estudio de contraste de medias
utilizando como factor de agrupamiento el tipo de suelo por un lado y su uso por otro.
Tomando como referencia los indicadores de capacidad y vulnerabilidad propuestos por
Añó (1996) el autor diseña una metodología propia para la estimación de la calidad de
estos suelos con arreglo a la cual la mayor parte de suelos del área de estudio, un 82,8%
de la superficie, presenta una moderada calidad, entendiendo como calidad del suelo a la
capacidad de éste para funcionar de manera efectiva tanto en el presente como en el
futuro. Así, sólo un 3,4% de la superficie ofrece una baja calidad y el resto de suelos
presenta una alta o muy alta calidad siendo un 6,9% la superficie de suelo ocupada para
ambos niveles de calidad.