En esa corona mágica de ciudades, que constituye el antiguo reino de Murcia, Abanilla viene a ser como otra rutilante gema, primorosamente engarzada, cuya misión específica tiende a hermosear, a avalorar la riqueza de nuestra Provincia, y tal vez, por mayores y meritísimas ambiciones, la grandeza de la región.
Yo he visitado Abanilla en los silenciosos y agitados días laborables. La he recorrido en todos sus ámbitos, en ese ambiente de simpatía acogedora con que los hijos de este Término saben halagar y cautivar al forastero. Pronto advertí que Abanilla cimenta su riqueza y su vida en la agricultura y en la industria, ya que su feraz y extensa huerta corresponde al esfuerzo de sus cultivadores con la floración de magníficos frutos y espléndidas cosechas, determinando a la vez el ingenio y el tesón incansable de patronos y obreros el fomento de unas variadas industrias, entre las que sobresale la capachera, por ser sin género de duda, la más importante. Yo no quisiera detenerme a detallar el éxtasis deleitable, en que embargará mi espíritu, al contemplar sus airosos y verdes palmerales, las perspectivas de las Sierras Zulúm y Agudo, que la amparan y sirven de marco, las prominencias de su castillo histórico.
Donde me agradaría pararme, para precisarlo con los vuelos de la pluma, es en el contraste qeu presenta el callado laborar en los ciclos de trabajo, la mudez que revolotea sobre el hormiguero humano en tanto se afana por la recolección de los frutos, la silenciosa fecundidad de sus fábricas y almacenes, con la explosión de las rumorosas y estallantes risas, los populares alborozos en esas horas, en esos días en que Abanilla se siente en la plenitud de su pompa con la celebración de unas Fiestas, que por su especial sabor y tipismo han hecho traspasar la fama de su belleza fuera del marco local, para extenderla hacia más anchos horizontes. Yo he visitado Abanilla en esa época de sus interesantes Fiestas y he advertido en sus habitantes otra cualidad que les caracteriza: Su extraordinario fervor hacia la Santa Cruz. Abanilla adora su Cruz y la dedica sus Fiestas más entusiásticas. ¿Por qué?
Donde quiera que se halle el Signo sagrado y cualquiera que sean los materiales de qeu esté construido, deberá ser reverenciado por las gentes, ya que él constituye el Símbolo y recuerdo de la Redención. Mas donde quiera se conserve un fragmento, por pequeño que sea de la <<Vera Cruz>>, es decir, de la Cruz auténtica que fuera en el día cumbre de la Humanidad elevada sobre la peña del Calvario, habra de ser adornado rendidamente, so pena de caer en la más imperdonable de las irreverencias, acaso en la profanación. La <<Cruz de Cristo>> es un ser inanimado, cierto: mas a poco que reflexionemos, comprenderemos las inmensas virtudes vivificadoras, milagrosas de que se halla dotada. El Madero de la Cruz, durante unas horas sostuvo el Cuerpo del Señor; fue regado copiosamente con la Sangre Divina; sobre él corrió el sudor del Mártir excelso, y sobre él quedaron prendidos cabellos y partículas atormentada Humanidad. Sobre él pronunció Cristo las siete inmarcesibles Palabras; sobre él aleteó la vida del Dios-Hombre, y sobre él se extendió el frío de la muerte corporal. Esto es lo que guarda la Cruz divina hasta en la más diminuta de sus astillas, y Esto es lo que Abanilla reverencia y adora en su Santísima Cruz.
Existe una piadosa tradición sobre el descubrimiento de la Sagrada Reliquia. En los finales del siglo XV dos soldados, que regresaban de una campaña militar dejaron olvidada, o acaso para librarla de mayores peligros, una Cruz metálica, en cuyo interior se guardaba, constituida por dos pequeños trocitos de madera negra la Cruz. Como el hallazgo tuvo efecto en la Huerta de Mahoya, allí se elevó el Santuario, donde desde entonces se viene celebrando un interesante y santo Festival, cuyo momento culminante es aquel en que la Santísima Cruz es bañada, para ser luego el agua repartida entre la fervorosa multitud. La nota pintoresca la dan las maniobras de las comparsas representativas de las fuerzas Cristianas y moras, con la simulación de una batalla, que termina con el Triunfo de la Cruz.
Pero Abanilla guarda en su corazón otras devociones igualmente encomiables: Su amor a la Virgen Patrona, y el que ha sabido resellar con su monumento al Corazón de Jesús.
¡Feliz destino el de Abanilla! ¡Pueblo que sabe inclinar las manos hacia el permanente bregar del trabajo, y elevar la mente y el alma hacia las regiones Deíficas de donde viene la Verdad y la Luz, necesariamente ha de alcanzar la meta del moderno progreso, enclavado en el más amplio panorama de ventura espiritual!
ANTONIO AGUILERA BERNABÉ
No hay comentarios:
Publicar un comentario